Recorrido Exprés: Viñeta Breve sobre la Visita de un Trotamundos
El eurodiputado Manuel Pineda Marín, durante su visita a Cuba, dedicó una mañana de diciembre habanero a andar las calles del Centro Histórico -de la mano de San Cristóbal

El tímido frío de diciembre en el trópico es otro de los pactos con que la insularidad declara su dominio absoluto en la mente de los habitantes de esta tierra. Un frío húmedo, marítimo, de isla. Un frío que impregna los poros de la piedra cársica tanto como los trámites musculares más elementales: el andar, el salto de la vista, el temblor de las cuerdas vocales en un intercambio casual, todo se torna más llevadero en contraste con el calor y el vaho del resto del año, pero también alerta más a los sentidos.


El relente de los árboles en este día argento en Plaza de Armas acogió, en día de tímido frío, al diputado al Parlamento Europeo Manuel Pineda Marín en un recorrido con la agencia San Cristóbal. La conexión de su natal Andalucía con la identidad cubana se evidencia especialmente en las casas del Kilómetro de Oro del Centro Histórico, dotadas de amplios patios centrales con pozos comunes, alfarjes de madera resistente y baldosas con ornamentos de aliento mudéjar, destacando como exponente del itinerario la Casa de los Árabes.


El camino abarcó el paso por la Plaza de San Francisco de Asís y la Plaza Vieja, escala intermedia en la antigua Cámara de Representantes, ahora sede del gobierno de La Habana Vieja, destacando en los alrededores la presencia de los gorriones y las palomas, cuyo plumaje, en tiempo de cielo de plata y fachadas teñidas de sombra, suele confundirse con los adoquines y las columnas, de modo que se puede apreciar a ratos una zaeta de color piedramojada surcando el aire.


La última parada sirvió de piedra angular al trayecto, debido a la significación que tiene la Casa Eusebio Leal en el vínculo de este pedazo del organismo habanero con la labor de rescate y promoción patrimonial de toda expresión cubana. Allí, en el edificio que sirvió de último cuartel de operaciones al Historiador de la Ciudad, donde Leal dedicó sus últimos años a la urbe, se entrevé de forma estrecha una constelación de proyectos, conceptos y relaciones enfocadas en un objetivo invariable, si bien de métodos a veces heterodoxos, acordes con los nuevos contextos y desafíos presentados en la intensa brega de conservación y fomento de iniciativas tanto locales como de extensionismo con instituciones y sitios, domésticos y foráneos, de gran importancia histórica y cultural.


Lo que más, quizá, sea punto de contacto más atractivo desde la práctica, así como desde lo emocional también, entre la actividad de Manu Pineda y la de Leal, es la conjunción de intereses en torno a la salvaguarda de la dignidad como derecho inalienable de toda persona más allá de su clase, origen y sistema de creencias –tómese sin pretensiones suntuosas–, ambos desde sus conjuntos de habilidades y afinidades respectivas y en distintos contextos, pero favoreciendo la visualización de los valores culturales, del ethos de comunidades con mucho que aportar a la amalgama universal del conocimiento y la belleza, muchas veces desplazadas del foco de interés por narrativas poco comprometidas con un pensamiento científico y multipolar impulsado por la sensibilidad.

Esta breve viñeta de la visita de Pineda en Cuba, su compenetración con las plazas y calles de La Habana Vieja y el recibimiento cálido en la Casa Eusebio Leal es uno de tantos pasajes que sirven de testamento al tímido frío del trópico, uno que rápido se entibia con el encanto y la mística –uno húmedo, frío y marítimo, como la esperanza que se posa en forma de neblina sobre la bahía habanera con las primeras luces del día desde que ojos humanos se regocijan en ella.

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